Vivimos para amar. Durante toda nuestra vida nos hacemos preguntas de índole amorosa. Somos felices cuando nos enamoramos y la melancolía nos invade cuando estamos solos. Y es verdad, el amor es la base de todo, de un todo global y no parcial. El amor es como el sol, giramos alrededor de él. No quiero decir que no existan otros sentimientos importantes, simplemente que cada acción, cada sentimiento y cada meta tiene implicita o explicitamente al amor como elemento básico. Pero no quiero centrarme en esto último.
Estuve leyendo el blog de mi amigo Ciri y en su último post hablaba sobre el amor y nuestra desesperada lucha por encontrarlo, a pesar de sentir que estamos destinados a la soledad. Es verdad en parte. A veces pensámos que el amor está tan lejano a nosotros que nos resignamos a no conocerlo. Esta idea nos invade de tal forma que hasta podemos cegarnos y no ver lo evidente. He escuchado de personas que encontraron el amor en los momentos más extraños e inesperados de toda su vida. Y creo que lo encontraron precisamente por eso, porque no lo buscaban.
El amor llega solo, no debemos forzarnos a amar o, mejor dicho, intentar buscar en cada rincón del mundo al ser ideal con el cual compartir momentos inolvidables. Adecuando una vieja frase de por ahí, el amor es como una cajita de sorpresas, nadie sabe lo que es, pero cuando llega nos hace muy felices. Y sí, soy partidaria de pensar que lo inesperado es lo que más se disfruta y lo que más huella nos deja. Por lo tanto, uno no debe buscar el amor, debe esperarlo. La espera puede ser desalentadora, pero tampoco digo que esperemos al amor leyendo alguna revista y mucho menos que digamos "llegará hoy, lo sé", "no, seguro mañana". Esa espera debe ser tácita, ni nosotros la debemos percibir, pero allí debe estar.
Muchas veces, todo esto nos resulta un poco tedioso, porque, como Ciri decía, pensamos que estamos destinados a la soledad al no descubrir el amor. Pero, mientras efectuamos esta espera conocemos gente nueva, vivimos nuevas experiencias y observamos tantas cosas bellas del mundo y todo esto hace de nuestra soledad una entrenida espera. Esto es alentador, pues nos ayuda a no centrarnos ni deprimirnos por la ausencia de la persona amada, ya que, simplemente, no es el momento. A veces hay que vivir esperando, pero no hay que sufrir esperando porque el sufrimiento y la melancolía solo hacen que nos ceguemos y que no podamos distinguir, en muchos casos, la llegada de ese alguien que hará que cesemos de esperar.