jueves, 14 de febrero de 2008

Una muchacha, Océano, Luna y las hortalizas de la incertidumbre


Era un día caluroso, era de esperarse porque el verano estaba en todo su esplendor. Aquella muchacha cosechaba a las últimas hortalizas del campo de la incertidumbre, el cual no la dejaba ver, luego de mucho tiempo, los hermosos girasoles que crecían al sur. Tal vez le daba miedo ir más allá, ya que sabía que podría encontrarse cara a cara con Océano, su más amada amiga, quien no quería verla más.


Todo el mundo sabe que Océano es inmensa e intensa, no siempre está en el mismo lugar pues posee corrientes que la hacen ser una miembro cosmopolita de la naturaleza. También es traicionera, pero sé que no tiene la culpa, son solo esas corrientes que la confunden y no dejan que salgan a luz sus riquezas y virtudes.

Luna sentía que Océano lo envolvía, su inmensidad lo asustaba, pues él siempre estaba buscando Estrellas en el mismo lugar, a diferencia de Océano que paseaba por el mundo. Ella era hermosa, tanto que Luna calló hechizado por sus encantos. Luna siempre estático, como cuidando que todo este bien, se limitaba a observarla cada Noche, a contemplar su belleza y buscar sus virtudes. Él sabía que dentro de toda esa bella inmesidad había algo que ni la muchacha, su más fiel amiga, había podido encontrar o, de repente, había olvidado por todos los golpes y malas jugadas que Océano le otorgó.

La muchacha, tan simple, tan soñadora, tan incapaz de hacer algo malo, tan errante, tan tímida, tan... tan crédula. Un día salió a pasear por el campo de hortalizas para visitar a Océano, ella se encontraba al principio de todo, pasando el bosque de girasoles. Entre tantas flores de pétalos amarillos se perdió y al no encontra a Océano conoció a la Noche. Ella había oido hablar de esa oscuridad que te envuelve y que hace que los más oscuros y tristes sentimientos embarguen tu ser. Hasta que lo vió, era Luna. Él le mostro el caminó hacia donde estaba Océano, pues la amaba tanto que su luz era más hermosa cada vez que con ella estaba. Así, Océano presentó a Luna formalmente a la muchacha. Pronto la muchacha, por su simpleza, supo ganarse el corazón de Luna y comenzó su gran amistad. Todas las Noches, la muchacha iba en su búsqueda y él la aliviaba de esos oscuros sentimientos. Le encantaba tener largas charlas con Luna y con Océano, sentía que el misticismo que los envolvía hacía de su inusual amistad algo mágico e inalterable.


Pero la cosmopolita Océano vió de nuevo a Libélula, un viejo amor del pasado que a pesar de ser menos inmenso e intenso que ella, la atraía, tanto que la luz de Luna no fue capaz de retenerla.

La muchacha consolaba a Luna, le decía que llegaría alguna Estrella que lo compañara a iluminar el cielo. Pero el seguía ahi, sin irradiar esa luz que a la muchacha la ayudaba tanto.

Océano y la muchacha se hicieron amigas al principio de los tiempos, cuando ambas eran jóvenes. La muchacha sentía que Océano la protegía del mundo, que la ayudaba y que su simpleza mezclado con la misticismo de Océano hacían que su amistad fuera irromplible. Se llevaban bien, se confiaban sus más intimas riquezas y los girasoles siempre miraban hacía arriba, porque el Sol de la verdad las hacía ver hermosas.

De pronto, unas extrañas corrientes invadieron a Océano y el sol de la verdad ya no estaba presente. Quizá la muchacha provocó que se apagara el sol, ya que Luna peligraba y solo una de las riquezas que Océano le había dado a la muchacha podían salvar a la maravillosa luz de Luna.

Océano no perdonó dicho atrevimiento porque jamás entendió que solo eso podía salvar a Luna, entonces, azotó con una de su olas a la muchacha, tanto que la marcó para siempre. Luego le pidió perdón, le dijo que no volvería a pasar, pero la muchacha le temía, y temía que Océano, al envolver a Luna, le haga daño también a él.

A pesar de que Océano y la muchacha seguían frecuentandose, entre ellas crecieron unas hortalizas, las que les impedían acercarse como antes. Nadie sabe de que son. Tal vez sean de resentimiento, de miedo o de incertidumbre, como las denominó la muchacha.

Luna había observado que Océano no era la misma, pero sentía que la muchacha, aunque más simple, podía hacerle mucho daño a tan inmenso ser. No se sabe si Océano lo seguía envolviendo o si era Luna quien tenía cierto poder sobre ella, pero la muchacha no podía ni acercarse a Océano por esas hortalizas. Por ahí dicen que era Océano quien le daba vida, la muchacha asi lo creía y, poco después, Luna por fin lo confirmó.

Repentinamente, lo que Océano tenía que envolvía a Luna se fue apagando, las corrientes salieron a la luz. Océano le juraba a la muchacha que ya no envolvía a Luna, que era él el culpable de que ella tenga esas corrientes. Para probarlo, le dió nuevas riquezas a la muchacha, pero al poco tiempo, y gracias a la luz de Luna, pudo comprobar que eran falsas. Así, Océano se retiró del campo de girasoles, ya no azotó a la muchacha, pero le juro jamás decirle algo de Luna ni de Libélula ni de nadie más.

Luna decidió alejarse de Océano y buscar estrellas por otros lares, pero siempre junto a la muchacha y ella junto a la luz de Luna que tanto la ayudaba.